Unos días atrás, había regresado
de un largo viaje, del cual, solo traje cargando conmigo un olor a tabaco, café,
mar y nostalgia. Ese fin de semana conocí muchas personas de todo el mundo,
pero, al decir verdad, nada relevante. Lo más relevante fue que había viajado sentado
más de 24 horas para conocer un nuevo lugar, y también, que por culpa de ese
fin de semana de ausencia, se me había juntado el trabajo que tenía que hacer para el
inicio de la semana siguiente (la palabra futuro comenzaba a aturdirme).
Regrese sin un centavo, sin ilusiones, sin ánimos, sin casi nada, (y no es que haya llevado los millones de
pesos para turistear), solo me ajusto para comprarle una prenda artesanal
Veracruzana a mi madre y una bolsa de café para mi abuela, como recuerdo de mi
visita a aquel lugar. Fue el
martes-domingo más rápido de mi vida.
Ahora, era Martes
nuevamente, y como Cada martes (en ese
entonces), tenía que levantarme algo temprano, bueno no tanto, pero si más de
lo normal. Los martes eran viajeros y yo
me sentía un pasajero. El destino de cada martes: San Miguel Paso del 40 (EL
cuarenta). La primera vez que fui a ese pueblo (recordando conscientemente de
que estaba en ese lugar), lo recordé como si hubiese estado antes ahí, como si
la banca de cemento que se encuentra a un lado de la fuente del parque (esa que
tenía dibujado un horroroso corazón de contorno negro, con dos nombres muy
comunes dentro de él) estuviese aguardando por mi durante años; sinceramente nunca logre entender la intriga y el misterio que ese lugar
provocaba en mí. Disfrutaba mucho viajar a ese lugar. El camino era muy silencioso
casi siempre. Me gustaba mucho ver la interminable carretera, a veces, cuando llovía,
podría toparme con múltiples arcoíris, los cuales no me atrevía a apuntar por
miedo a los mezquinos. Otras veces hacía mucho calor y la carretera se
multiplicaba. En ocasiones, la tragedia
se hacía presente (los tejones, uno que otro perro y algún roedor, eran las
victimas más comunes del pavimento). Cada camino, cada viaje y cada Martes era
diferente, pero este iba a ser un martes muy especial (o por lo menos esperaba
que así lo fuera).
El inicio de este martes (28 de
Octubre) no fue muy diferente; cuando desperté, me di un baño y me puse
presentable para salir a la calle (eran aproximadamente las 13:48 horas de ese
Martes); me dirigí como siempre, a la parada del camión que se encuentra frente
a mi departamento. Ya en el lugar, espere alrededor de cinco minutos (cinco
minutos en los que pensé cuanto tardaría el camión en llegar porque como
siempre ya iba un poco retrasado: cinco minutos para ser exacto), hasta que
llego la afamada ruta prepa-cañada. Lo aborde, pague mi cuota al chofer mal
encarado y tome mi lugar (siempre hasta atrás, donde tu alma salta en cada
bache). A la mitad del camino decidí
ponerme mis audífonos ( y escuchar un poco de Folk) para distraerme de
las pláticas pendejas que los adolescentes suelen tener en vos alta cuando
viajan en camión (aclarando que los adolescentes no son pendejos, sino sus
pláticas), de las señoras que apenas pueden con su humanidad, sus hijos y la
bolsa del mandado, en pocas palabras, decidí distraerme de todo estimulo visual
y auditivo que no fuera el Folk, (desafortunadamente no pude hacer nada con los
estímulos olfatorios, ya que siempre la mescla de sudor, perfume y smog será un
buen ejemplo para recordar un viaje en camión).
Siempre abandonaba mi lugar en el camión, una parada antes de la
mía (la de la central camionera) para evitar hacer uso de mi garganta y gritar
al chofer “bajan”, con un poco de rabia.
Cuando bajaba, todo siempre
estaba en su lugar, el mismo supermercado, la misma central camionera, y los
mismos transeúntes, ahora solo debería esperar a mis compañeros y a la maestra,
que consideradamente, nos llevaba al cuarenta en su choche cada martes sin
cobrarnos un solo centavo. Y así paso ese día. Se dieron las 2:20 en punto, y a
lo lejos, se acercaba el auto color arena de la maestra que nos llevaba a
cuarenta, era la hora de partir. (El camino no fue nada diferente, solo que los
sembradíos de maíz habían sido cosechados y los espantapájaros habían
desaparecido por una temporada).
Sin mucha relevancia, llegamos a
nuestro destino, y como cada martes, saludamos a Roció, a Xóchitl, y a los maestros
que conformaban la preparatoria donde trabajábamos en ese entonces (todo normal
hasta el momento). Cuando se dieron las 15:00 horas en punto, como cada martes,
mis compañeras y yo, salimos a la tienda a comprar una torta de diez pesos y un
refresco (siempre era la misma rutina) la cual degustábamos sentados sobre la
banca que está a un lado de la fuente
del parque (la misma del corazón horroroso impregnado en su centro), después de
eso, regresamos a la preparatoria y comenzamos
a trabajar con los muchachos de los grupos y así poco a poco se pasaba el día
(al parecer ese día no pasaría nada relevante).
Siendo las 7:00 de la noche, (porque
antes de eso no recuerdo nada diferente a los martes anteriores) nuestras
labores habían terminado y ahora solo esperábamos a que la maestra que nos traía
de vuelta a la realidad (a la ciudad) también terminara sus labores para
poder regresar juntos a casa. Ahí
comenzó a hacerse presente la gran diferencia del ese día martes. Por cualquier
cosa (a la que se pueda atribuir el curso de algún suceder: el destino, el
karma, Dios, etcétera), eran ya las 9 de
la noche y seguíamos sin regresar a casa. Nunca habíamos estado tan tarde en
aquel lugar y ahora solo las estrellas y el rechinido de los ventanales de
madera que bailaban con el aire, a la par de las ramas del naranjo de la
preparatoria, nos hacía compañía mientras esperábamos el regreso a casa. Éramos
los últimos en ese lugar, y sinceramente ese día extrañaba mucho mi hogar (o
más bien, algo me decía que tenía que regresar precisamente ese día, porque si
hubiese sido cualquier otro día, creo que no me hubiese importado haber tenido
que dormir en la banca del corazón horroroso).
Como si alguien estuviese
espiando mis pensamientos, la maestra
termino y nos depusimos a regresar a casa. Yo pensaba que al fin el día estaba
terminando (pero era apenas el comienzo). Abordamos el coche color arena de la
maestra, y avanzamos por una calle empedrada y sola (mas sola que empedrada).
En poco tiempo ya estábamos al pie de la carretera (también sola) para regresar;
Dentro de los primeros kilómetros al regreso,
ese día (bueno, ya era noche), mis ojos decidieron no ver las estrellas
ni las siluetas entre el desierto de la orilla del sendero y se cerraron un rato. No me dormí por
completo, solo escuchaba que la maestra conversaba con el copiloto sobre cosas
que no recuerdo, en la radio se pusieron melancólicos y comenzaron a rendir
tributo al príncipe.
Veníamos a buena velocidad, y en poco tiempo
(para eso, la maestra no pudo esquivar un bache y tuve que abrir mis ojos por
precaución) pudimos avistar las pequeñitas luces que brillan en el cerro
(esas que se ven entrando a la ciudad);
faltaba muy poco para llegar a nuestro destino. Ahora tendría que preocuparme
por cómo llegar a casa, ya que la maestra solo nos dejaba en la parada del
camión más cercana, pero como ya era demasiado tarde, la ruta prepa-cañada ya
había terminado ese día (noche).
Nos acercábamos cava vez más a
la parada del camión donde la maestra nos abandonaría, y a mí no se me ocurría
ninguna opción de regreso (no quería regresar caminando hasta la cima del cerro
donde vivía), podría tomar un taxi pero apenas y completaba lo de un pasaje de
estudiante ( en ese momento pensé en nunca volver a comprar una torta de diez
pesos, ni nunca comerla en esa banca con
el corazón horroroso, pero sinceramente con 10 pesos no habría cambiado mucho
mi situación), podría llamar a alguien para que
fuese por mí, pero mi teléfono no tenía crédito y estaba a punto de
morir la batería. Mientras pensaba todo eso, la maestra dijo: -ya llegamos
muchachos, perdón por la hora, espero verlos pronto, cuídense mucho- . Aunque
yo no quisiera, tuve que abrir la puerta del coche y bajar de el (no estaba
molesto, hubiese sido peor haberme tenido que quedar en el cuarenta, frio, solo
y sin nada); por lo menos ya estábamos en la ciudad. Comencé a recordar que
ningún martes había sido igual o parecido.
Y ahí estaba, en la parada del
camión, pensando que podría hacer. Comencé a caminar un poco, porque aunque me
resistiera, el camino era muy largo y
esa iba a ser la única opción para volver a casa. Eran tantas mis resistencias,
que tarde como cinco minutos en recorrer una cuadra del centro del pueblo mágico
(una cuadra, en esas condiciones de soledad y a esa hora de la noche, no cuesta
más de un minuto en recorrerse). Mientras sostenía una discusión entre mi
fuerza de voluntad y la resistencia de mis piernas, mi teléfono comenzó a
vibrar y timbrar, yo pensé que por fin se había apagado, pero la vibración duro
más de lo que dura cuando un teléfono se apaga: detuve mí no tan apresurado
paso, metí mi mano al bolsillo, y saque mi teléfono, estaba recibiendo una
llamada de mi amigo José Luis (Wicho).
Sin pensarlo mucho, conteste
el teléfono. Lo primero que alcance a percibir antes de que el comenzara a
hablar, fueron unas voces hablando altamente al igual que música un tanto
agropecuaria, pensé que seguro se encontraba estableciendo relaciones
interpersonales con otros individuos (cotorreando pues). Lo primero que me dijo
cuándo le conteste fue: -Felicitaciones señor vicepresidente, ganamos la
elección -. (Yo no recordaba que ese día
se habían llevado a cabo las elecciones en la universidad para designar un
presidente y un vicepresidente, y que wicho y yo contendíamos por los
respectivos puestos).
Sinceramente no me emociono
mucho ser el nuevo vicepresidente, me emociono más saber que alguien ya sabía
de mi existencia y de mi ubicación y que muy probablemente habría roto con el
destino de regresar caminando a casa. No charlamos mucho rato, solo me informo
que ahora él era nuevo presidente y yo
el vicepresidente, y eso había que
festejarlo. También me informo que se estaba organizando una fiesta de celebración,
y que la ubicación estaba tan solo a unas cuadras de donde yo me encontraba
(esa fue una de las pocas veces que me he mofado del destino o a lo mejor ha
sido una de las muchas veces que el destino se ha burlado de mí, no lo sé). No
sé qué paso, que recorrí las cuadras en menos de diez minutos (si hacemos
cuentas y al paso que iba, no habría logrado llegar antes de que terminara la
fiesta).
Cuando creí que estaba en el
lugar, me dispuse a tocar un gran portón rojo, ya que de ahí salían gritos, y
música y todas esas cosas que hay en una fiesta. Me abrieron enseguida, como si
me estuviesen esperando (creo que así era). Al fin entre al lugar, no había
muchas personas pero las pocas que estaban ahí se veían felices. El primero en
saludarme fue Wicho, me recibió con un abrazo eufórico (como si hubiese llegado
de Vietnam o algo así), después de él, Alexa, y luego diego, y luego el otro
diego y así se me fue olvidando aquel nefasto martes que hasta el momento había
pasado.
Ya instalado en el lugar y con
mi correspondiente dosis de alcohol para unirme al festejo, me percaté de que
no había saludado a todos. No sé en qué momento apareció ella. No sé si cuando
llegue ya estaba y no la vi, o si llego después de mí, o si estaba en algún
otro lugar cuando yo llegue (el sanitario, por ejemplo), no lo sé (no lo supe y
no me importo). Lo único que sabía es que no la había visto antes, pero esa
blusa rosa le combinaba demasiado bien con sus mayones negros.
No sé si ella se dio cuenta,
pero me costaba mucho trabajo enfocarme en solo beber. Cada trago que le daba a
mi cerveza, me servía como excusa para voltear de reojo y admirarla un poco (no
sé si ella me descubrió, pero no me importo que lo hiciera). En realidad quise
recordar si la había visto antes, pero ninguna huella nemica mía, lo logro. No
era muy común, esa combinación de colores, ese cabello obscuro y ese semblante
profundo, no era muy típico por estos rumbos (por lo menos no para mi).
El festejo seguía. Todos
incrementaban su estado de ebriedad poco a poco. El asunto se tornó serio y
alguien se dispuso a sacar dos botellas de tequila, el nivel había aumentado.
La música subió de volumen, todos hablaban cada vez más fuerte, había más humo
de cigarro por cada minuto que transcurría, y yo, yo seguía observándola a
escondidas. Wicho me descubrió y me dijo que ella era la mujer de la que
anteriormente me había hablado. Anteriormente (cuando yo me encontraba ausente
y de viaje) Wicho me había contado, que había conocido una mujer, la cual le pareció
cumplir todas esas peculiaridades que podrían entablar con las mías (el me
conoce bastante bien). El menciono que probablemente ella sería la mujer
perfecta para como para mí (o yo para ella). No supe que contestarle en ese
momento (preferí seguir observándola mientras Wicho hablaba con una parte de mí).
No sé en qué momento empezó el
caos. Todos gritaban: “fondo, fondo, fondo”. Había competencias de beber
alcohol lo más rápido posible. Todos gritaban y reían. Celebraban la victoria
electoral. Se mofaban de los perdedores. Fumaban más tabaco. Bebían más alcohol.
Cantaban más fuerte. Era un caos total.
Y yo seguía observándola (ya varios de los presentes ya se habían
percatado de eso).
Como sea, la madrugada iba
entrando en rigor y el ambiente comenzaba a relajarse un poco. Yo también me
sentía un poco más relajado y desinhibido. Se me había olvidado que además de
estarla viendo también estaba bebiendo, y hasta ese momento lo hice consiente.
No sé a quién se le ocurrió comenzar a bailar. Creo que una cumbia sonaba, y si
no era una cumbia, era una canción agropecuaria (porque no sonó nada que no
fuera cumbia ni banda esa noche). A alguien más se le ocurrió sugerir que yo
invitara a bailar a la mujer misteriosa (La misma que había observado toda la
noche). Yo pensé que estaban bromeando, pero todos los demás comenzaron a
sugerirlo, y cada vez más enserio y sin prudencia (yo entre un momento en
pánico, porque lo mío, lo mío, no es bailar). Fue tanta la insistencia, que si
en ese momento me negaba, habría echado a perder todo mi día, y volvería a ser
un martes común y corriente (más común que corriente).
Fue tan repentino tomar una
decisión, fue tanta la presión social, que jamás considere que ella podría haberme
dicho que no, y hacerme quedar como un tonto (bueno, tonto ya estaba desde que comencé
a mirarla, tal vez por eso no fui muy razonable con mi decisión). Entonces, sin
considerar que pudiese haber un rotundo no como respuesta, di unos pasos y
estire mi mano en señal de invitación. Sinceramente esperaba que aceptara tomar
mi mano en respuesta positiva, pero a la vez deseaba que ella no supiera
bailar, así seriamos una buena pareja de baile.
Increíblemente, ese martes comenzó a tener
sentido, cuando ella tomo mi mano y abandono su lugar para bailar conmigo. No sé
porque lo hizo, tal vez lo hizo por la presión que todos ejercieron para que yo
y ella bailáramos juntos, o tal vez en realidad si tenía ganas de bailar (no
necesariamente conmigo, pero tenía ganas).
Comenzamos creo que muy
rápido, había una canción agropecuaria con un ritmo algo acelerado. Yo me moría
de los nervios porque no sabía cómo reaccionaría ella al darse cuenta de que yo
no sabía bailar y que lo que estaba haciendo talvez era un suicidio, y pudiese
echar a perder las dos horas que anteriormente me había tomado para
contemplarla. Creo que comenzamos bien, pero por desgracia o por fortuna, ella
si sabía bailar, así que tuve que acoplarme a su paso o más bien ella al mío,
no sé. Los nervios no se me quitaron como hasta el término de la segunda
canción.
Cuando pude sentir que me había
relajado un poco y que a ella no le había importado que yo no supiera bailar,
me di cuenta que a ahora la tenía frente a mí, y que si anteriormente la había
contemplado de lejos, ahora era el momento perfecto para admirarla de cerca
(ese Martes ya había valido toda la pena del mundo).
No recuerdo haber conversado
mucho con ella al principio. Llego un momento en el que olvide que estábamos
bailando (pero yo seguía junto a ella por pura inercia y atracción). Su olor,
su aroma, no era muy común, (creo que había acertado al principio cuando dije
que ella no era muy común) fue inevitable tomar una bocanada de ella en cada
suspiro que me arranco mientas bailábamos. Sus ojos ajenos, también eran
distintos, cambiaban de un café fuerte a un café claro e hipnotizante. Su
cabello, hacia gran juego con sus ojos y su aroma. Cuando llegue a observar sus
labios, realmente morí de ganas de probarlos (por más que hayamos bebido, nunca
perdimos la prudencia y por desgracia esa noche no sucedió).
Claro estaba que no íbamos a
pasar toda la noche bailando (por más que quisiera tenerla a mi lado, olerla,
mirarla y sentirla toda la noche) y entonces llego el momento de charlar un
poco. No sabía de qué hablar con ella. Lo único que quería era que no se
alejara de mí en ese momento. Sin más,
le pregunte su nombre, ella dijo llamarse “Alhelí”, y eso fue un gran problema
para mí, porque ahí comenzó a brotar mi estupidez (si ya de por si a veces soy
muy estúpido, el alcohol me delato un poco más).
El problema no era (ni fue) su
nombre, sino mi estupidez, de hecho, su nombre era (y es) hermoso, nunca lo había
escuchado, ese fue el problema más bien, porque para ser sinceros, su nombre
complementaba toda aquella misteriosidad que me había cautivado desde que
llegue y la mire. Y como siempre, no pude contenerme e hice una pregunta
estúpida: - “¡¿Que significa tu nombre, acaso es algo Árabe o algo por el
estilo”?! - pregunte ingenuamente-. Ella me miro enfadada, (sinceramente al
momento no sabía porque, mi pregunta fue muy sincera, en realidad nunca había
escuchado ese nombre). Ella al ver que
mi cara de impresión no cambio tan pronto, y al notar que yo con mi pregunta no
estaba bromeando, no le quedo más opción
que culturizarme un poco y enseñarme una nueva palabra: - “!Alhelí es el nombre
de una flor!” – menciono ella-. (sinceramente, si nunca había escuchado la
palabra, menos había visto una flor con ese nombre, pero si ella era hermosa,
imagínense las flores, o más bien al revés).
Con toda la pena del mundo
sobre mí, yo pensé que ese comentario y esa pregunta acerca de su nombre,
habían culminado con todo lo que se vino dando a lo largo del día, no podría
ser tan perfecto haber tenido un día nefasto y que de pronto una persona
(inusual y hermosa) que acabas de
conocer cambie el panorama por completo. Pero no fue así (por segunda vez el
destino silencio mi pensamiento, por no decir que mi hocico), ella decidió
quedarse a escuchar mis estupideces una rato más. No dije nada, pero por dentro estaba pasmado;
después de eso no hable mucho por temor a equivocarme de nuevo y que sucediera
una tragedia (osase, que ella se alejara de mi).
Algunos comenzaban a
retirarse, y era de esperarse, pues apenas era martes, la semana iniciaba y los
festejos son mortales a esa altura de la semana. Al poco tiempo, un nuevo género
musical sonó (como última llamada para informar que el festejo estaba llegando
a su fin), tenía un nombre tan ridículo (bachata), como el que acababa yo de
hacer no sabiendo que significaba su nombre. No sé cómo fue que comenzamos
nuevamente a bailar. Fue la escena más perfecta que recuerdo, yo no quería
despedirme pero todo se iba esfumando, eso realmente no importo, al final, la
estaba sintiendo nuevamente, la estaba abrazando nuevamente, la estaba oliendo
nuevamente, la miraba nuevamente (y nuevamente tuve que resistirme a sus
labios). Sinceramente no sé si ella siento la misma euforia que yo, pero eso ya
no importo tanto.
Después de eso, no me percate
si éramos los únicos bailando, pero llamábamos mucho la atención de los demás,
y eso provoco que los mala copas
adornaran la noche con sus estupideces: “Pídele su número”, “pásale tu número”
–gritaron todos los idiotas embriagados-, era lo único que gritaban. Yo no sabía
dónde meter la cabeza, sentía una pena ajena bárbara. No quedo otra opción que
hacer caso a sus aclamaciones para que por fin se callaran y ella pudiese
partir tranquilamente (y con ganas de algún día volver aunque sea, a explicarme
su nombre de nuevo).
El momento menos esperado de
la noche se llegó. Ella tenía que retirarse y yo no podía hacer mucho por
detenerla, apenas me conocía, y ya bastante había hecho por mí con aceptar
bailar conmigo, decirme su nombre, dejarme sentirla y observarla (¿con que cara
podría haberle dicho que se quedara más tiempo?). Sin más ni más, tuvimos que
despedirnos, la abrase una vez más, aprovechando el momento para sentir su
cabello e impregnarme de su aroma otra vez. Nos separamos, tomo sus cosas, y
salió del lugar (pero su aroma se quedó conmigo). Ese martes fue el mejor
martes que había tenido en mucho tiempo…
Luis Felipe Luna