miércoles, 28 de octubre de 2015

Martes, 28 de Octubre de 2014.



                                      


Unos días atrás, había regresado de un largo  viaje, del cual, solo  traje cargando conmigo un olor a tabaco, café, mar y nostalgia. Ese fin de semana conocí muchas personas de todo el mundo, pero, al decir verdad, nada relevante. Lo más relevante fue que había viajado sentado más de 24 horas para conocer un nuevo lugar, y también, que por culpa de ese fin de semana de ausencia, se me había  juntado el trabajo que tenía que hacer para el inicio de la semana siguiente (la palabra futuro comenzaba a aturdirme). Regrese sin un centavo, sin ilusiones, sin ánimos, sin casi nada,  (y no es que haya llevado los millones de pesos para turistear), solo me ajusto para comprarle una prenda artesanal Veracruzana a mi madre y una bolsa de café para mi abuela, como recuerdo de mi visita a aquel lugar.  Fue el martes-domingo más rápido de mi vida.
Ahora, era Martes nuevamente,  y como Cada martes (en ese entonces), tenía que levantarme algo temprano, bueno no tanto, pero si más de lo normal. Los martes eran viajeros y  yo me sentía un pasajero. El destino de cada martes: San Miguel Paso del 40 (EL cuarenta). La primera vez que fui a ese pueblo (recordando conscientemente de que estaba en ese lugar), lo recordé como si hubiese estado antes ahí, como si la banca de cemento que se encuentra a un lado de la fuente del parque (esa que tenía dibujado  un horroroso  corazón de contorno negro, con dos nombres muy comunes dentro de él) estuviese aguardando por mi durante años;  sinceramente nunca logre entender  la intriga y el misterio que ese lugar provocaba en mí. Disfrutaba mucho viajar a ese lugar. El camino era muy silencioso casi siempre. Me gustaba mucho ver la interminable carretera, a veces, cuando llovía, podría toparme con múltiples arcoíris, los cuales no me atrevía a apuntar por miedo a los mezquinos. Otras veces hacía mucho calor y la carretera se multiplicaba. En ocasiones,  la tragedia se hacía presente (los tejones, uno que otro perro y algún roedor, eran las victimas más comunes del pavimento).  Cada camino, cada viaje y cada Martes era diferente, pero este iba a ser un martes muy especial (o por lo menos esperaba que así lo fuera).
El inicio de este martes (28 de Octubre) no fue muy diferente; cuando desperté, me di un baño y me puse presentable para salir a la calle (eran aproximadamente las 13:48 horas de ese Martes); me dirigí como siempre, a la parada del camión que se encuentra frente a mi departamento. Ya en el lugar, espere alrededor de cinco minutos (cinco minutos en los que pensé cuanto tardaría el camión en llegar porque como siempre ya iba un poco retrasado: cinco minutos para ser exacto), hasta que llego la afamada ruta prepa-cañada. Lo aborde, pague mi cuota al chofer mal encarado y tome mi lugar (siempre hasta atrás, donde tu alma salta en cada bache). A la mitad del camino decidí  ponerme mis audífonos ( y escuchar un poco de Folk) para distraerme de las pláticas pendejas que los adolescentes suelen tener en vos alta cuando viajan en camión (aclarando que los adolescentes no son pendejos, sino sus pláticas), de las señoras que apenas pueden con su humanidad, sus hijos y la bolsa del mandado, en pocas palabras, decidí distraerme de todo estimulo visual y auditivo que no fuera el Folk, (desafortunadamente no pude hacer nada con los estímulos olfatorios, ya que siempre la mescla de sudor, perfume y smog será un buen ejemplo para recordar un viaje en camión).
Siempre abandonaba  mi lugar en el camión, una parada antes de la mía (la de la central camionera) para evitar hacer uso de mi garganta y gritar al chofer “bajan”, con un poco de rabia.
Cuando bajaba, todo siempre estaba en su lugar, el mismo supermercado, la misma central camionera, y los mismos transeúntes, ahora solo debería esperar a mis compañeros y a la maestra, que consideradamente, nos llevaba al cuarenta en su choche cada martes sin cobrarnos un solo centavo. Y así paso ese día. Se dieron las 2:20 en punto, y a lo lejos, se acercaba el auto color arena de la maestra que nos llevaba a cuarenta, era la hora de partir. (El camino no fue nada diferente, solo que los sembradíos de maíz habían sido cosechados y los espantapájaros habían desaparecido por una temporada).
Sin mucha relevancia, llegamos a nuestro destino, y como cada martes, saludamos a Roció, a Xóchitl, y a los maestros que conformaban la preparatoria donde trabajábamos en ese entonces (todo normal hasta el momento). Cuando se dieron las 15:00 horas en punto, como cada martes, mis compañeras y yo, salimos a la tienda a comprar una torta de diez pesos y un refresco (siempre era la misma rutina) la cual degustábamos sentados sobre la banca  que está a un lado de la fuente del parque (la misma del corazón horroroso impregnado en su centro), después de eso, regresamos a la preparatoria y  comenzamos a trabajar con los muchachos de los grupos y así poco a poco se pasaba el día (al parecer ese día no pasaría nada relevante).
Siendo las 7:00 de la noche, (porque antes de eso no recuerdo nada diferente a los martes anteriores) nuestras labores habían terminado y ahora solo esperábamos a que la maestra que nos traía de vuelta a la realidad (a la ciudad) también terminara sus labores para poder  regresar juntos a casa. Ahí comenzó a hacerse presente la gran diferencia del ese día martes. Por cualquier cosa (a la que se pueda atribuir el curso de algún suceder: el destino, el karma, Dios, etcétera),  eran ya las 9 de la noche y seguíamos sin regresar a casa. Nunca habíamos estado tan tarde en aquel lugar y ahora solo las estrellas y el rechinido de los ventanales de madera que bailaban con el aire, a la par de las ramas del naranjo de la preparatoria, nos hacía compañía mientras esperábamos el regreso a casa. Éramos los últimos en ese lugar, y sinceramente ese día extrañaba mucho mi hogar (o más bien, algo me decía que tenía que regresar precisamente ese día, porque si hubiese sido cualquier otro día, creo que no me hubiese importado haber tenido que dormir en la banca del corazón horroroso).
Como si alguien estuviese espiando mis pensamientos,  la maestra termino y nos depusimos a regresar a casa. Yo pensaba que al fin el día estaba terminando (pero era apenas el comienzo). Abordamos el coche color arena de la maestra, y avanzamos por una calle empedrada y sola (mas sola que empedrada). En poco tiempo ya estábamos al pie de la carretera (también sola) para regresar; Dentro de los primeros kilómetros al regreso,  ese día (bueno, ya era noche), mis ojos decidieron no ver las estrellas ni las siluetas entre el desierto de la orilla del sendero  y se cerraron un rato. No me dormí por completo, solo escuchaba que la maestra conversaba con el copiloto sobre cosas que no recuerdo, en la radio se pusieron melancólicos y comenzaron a rendir tributo al príncipe.
 Veníamos a buena velocidad, y en poco tiempo (para eso, la maestra no pudo esquivar un bache y tuve que abrir mis ojos por precaución) pudimos avistar las pequeñitas luces que brillan en el cerro (esas  que se ven entrando a la ciudad); faltaba muy poco para llegar a nuestro destino. Ahora tendría que preocuparme por cómo llegar a casa, ya que la maestra solo nos dejaba en la parada del camión más cercana, pero como ya era demasiado tarde, la ruta prepa-cañada ya había terminado ese día (noche).   

Nos acercábamos cava vez más a la parada del camión donde la maestra nos abandonaría, y a mí no se me ocurría ninguna opción de regreso (no quería regresar caminando hasta la cima del cerro donde vivía), podría tomar un taxi pero apenas y completaba lo de un pasaje de estudiante ( en ese momento pensé en nunca volver a comprar una torta de diez pesos, ni  nunca comerla en esa banca con el corazón horroroso, pero sinceramente con 10 pesos no habría cambiado mucho mi situación), podría llamar a alguien para que  fuese por mí, pero mi teléfono no tenía crédito y estaba a punto de morir la batería. Mientras pensaba todo eso, la maestra dijo: -ya llegamos muchachos, perdón por la hora, espero verlos pronto, cuídense mucho- . Aunque yo no quisiera, tuve que abrir la puerta del coche y bajar de el (no estaba molesto, hubiese sido peor haberme tenido que quedar en el cuarenta, frio, solo y sin nada); por lo menos ya estábamos en la ciudad. Comencé a recordar que ningún martes había sido igual o parecido.

Y ahí estaba, en la parada del camión, pensando que podría hacer. Comencé a caminar un poco, porque aunque me resistiera, el camino era muy  largo y esa iba a ser la única opción para volver a casa. Eran tantas mis resistencias, que tarde como cinco minutos en recorrer una cuadra del centro del pueblo mágico (una cuadra, en esas condiciones de soledad y a esa hora de la noche, no cuesta más de un minuto en recorrerse). Mientras sostenía una discusión entre mi fuerza de voluntad y la resistencia de mis piernas, mi teléfono comenzó a vibrar y timbrar, yo pensé que por fin se había apagado, pero la vibración duro más de lo que dura cuando un teléfono se apaga: detuve mí no tan apresurado paso, metí mi mano al bolsillo, y saque mi teléfono, estaba recibiendo una llamada de mi amigo José Luis (Wicho).

Sin pensarlo mucho, conteste el teléfono. Lo primero que alcance a percibir antes de que el comenzara a hablar, fueron unas voces hablando altamente al igual que música un tanto agropecuaria, pensé que seguro se encontraba estableciendo relaciones interpersonales con otros individuos (cotorreando pues). Lo primero que me dijo cuándo le conteste fue: -Felicitaciones señor vicepresidente, ganamos la elección -.  (Yo no recordaba que ese día se habían llevado a cabo las elecciones en la universidad para designar un presidente y un vicepresidente, y que wicho y yo contendíamos por los respectivos puestos).

Sinceramente no me emociono mucho ser el nuevo vicepresidente, me emociono más saber que alguien ya sabía de mi existencia y de mi ubicación y que muy probablemente habría roto con el destino de regresar caminando a casa. No charlamos mucho rato, solo me informo que ahora él era  nuevo presidente y yo el vicepresidente,  y eso había que festejarlo. También me informo que se estaba organizando una fiesta de celebración, y que la ubicación estaba tan solo a unas cuadras de donde yo me encontraba (esa fue una de las pocas veces que me he mofado del destino o a lo mejor ha sido una de las muchas veces que el destino se ha burlado de mí, no lo sé). No sé qué paso, que recorrí las cuadras en menos de diez minutos (si hacemos cuentas y al paso que iba, no habría logrado llegar antes de que terminara la fiesta).

Cuando creí que estaba en el lugar, me dispuse a tocar un gran portón rojo, ya que de ahí salían gritos, y música y todas esas cosas que hay en una fiesta. Me abrieron enseguida, como si me estuviesen esperando (creo que así era). Al fin entre al lugar, no había muchas personas pero las pocas que estaban ahí se veían felices. El primero en saludarme fue Wicho, me recibió con un abrazo eufórico (como si hubiese llegado de Vietnam o algo así), después de él, Alexa, y luego diego, y luego el otro diego y así se me fue olvidando aquel  nefasto martes que hasta el momento había pasado.

Ya instalado en el lugar y con mi correspondiente dosis de alcohol para unirme al festejo, me percaté de que no había saludado a todos. No sé en qué momento apareció ella. No sé si cuando llegue ya estaba y no la vi, o si llego después de mí, o si estaba en algún otro lugar cuando yo llegue (el sanitario, por ejemplo), no lo sé (no lo supe y no me importo). Lo único que sabía es que no la había visto antes, pero esa blusa rosa le combinaba demasiado bien con sus mayones negros.

No sé si ella se dio cuenta, pero me costaba mucho trabajo enfocarme en solo beber. Cada trago que le daba a mi cerveza, me servía como excusa para voltear de reojo y admirarla un poco (no sé si ella me descubrió, pero no me importo que lo hiciera). En realidad quise recordar si la había visto antes, pero ninguna huella nemica mía, lo logro. No era muy común, esa combinación de colores, ese cabello obscuro y ese semblante profundo, no era muy típico por estos rumbos (por lo menos no para mi).

El festejo seguía. Todos incrementaban su estado de ebriedad poco a poco. El asunto se tornó serio y alguien se dispuso a sacar dos botellas de tequila, el nivel había aumentado. La música subió de volumen, todos hablaban cada vez más fuerte, había más humo de cigarro por cada minuto que transcurría, y yo, yo seguía observándola a escondidas. Wicho me descubrió y me dijo que ella era la mujer de la que anteriormente me había hablado. Anteriormente (cuando yo me encontraba ausente y de viaje) Wicho me había contado, que había conocido una mujer, la cual le pareció cumplir todas esas peculiaridades que podrían entablar con las mías (el me conoce bastante bien). El menciono que probablemente ella sería la mujer perfecta para como para mí (o yo para ella). No supe que contestarle en ese momento (preferí seguir observándola mientras Wicho hablaba con una parte de mí).

No sé en qué momento empezó el caos. Todos gritaban: “fondo, fondo, fondo”. Había competencias de beber alcohol lo más rápido posible. Todos gritaban y reían. Celebraban la victoria electoral. Se mofaban de los perdedores. Fumaban más tabaco. Bebían más alcohol. Cantaban más fuerte. Era un caos total.  Y yo seguía observándola (ya varios de los presentes ya se habían percatado de eso).

Como sea, la madrugada iba entrando en rigor y el ambiente comenzaba a relajarse un poco. Yo también me sentía un poco más relajado y desinhibido. Se me había olvidado que además de estarla viendo también estaba bebiendo, y hasta ese momento lo hice consiente. No sé a quién se le ocurrió comenzar a bailar. Creo que una cumbia sonaba, y si no era una cumbia, era una canción agropecuaria (porque no sonó nada que no fuera cumbia ni banda esa noche). A alguien más se le ocurrió sugerir que yo invitara a bailar a la mujer misteriosa (La misma que había observado toda la noche). Yo pensé que estaban bromeando, pero todos los demás comenzaron a sugerirlo, y cada vez más enserio y sin prudencia (yo entre un momento en pánico, porque lo mío, lo mío, no es bailar). Fue tanta la insistencia, que si en ese momento me negaba, habría echado a perder todo mi día, y volvería a ser un martes común y corriente (más común que corriente).

Fue tan repentino tomar una decisión, fue tanta la presión social,  que jamás considere que ella podría haberme dicho que no, y hacerme quedar como un tonto (bueno, tonto ya estaba desde que comencé a mirarla, tal vez por eso no fui muy razonable con mi decisión). Entonces, sin considerar que pudiese haber un rotundo no como respuesta, di unos pasos y estire mi mano en señal de invitación. Sinceramente esperaba que aceptara tomar mi mano en respuesta positiva, pero a la vez deseaba que ella no supiera bailar, así seriamos una buena pareja de baile.
 Increíblemente, ese martes comenzó a tener sentido, cuando ella tomo mi mano y abandono su lugar para bailar conmigo. No sé porque lo hizo, tal vez lo hizo por la presión que todos ejercieron para que yo y ella bailáramos juntos, o tal vez en realidad si tenía ganas de bailar (no necesariamente conmigo, pero tenía ganas).
                                                                    
Comenzamos creo que muy rápido, había una canción agropecuaria con un ritmo algo acelerado. Yo me moría de los nervios porque no sabía cómo reaccionaría ella al darse cuenta de que yo no sabía bailar y que lo que estaba haciendo talvez era un suicidio, y pudiese echar a perder las dos horas que anteriormente me había tomado para contemplarla. Creo que comenzamos bien, pero por desgracia o por fortuna, ella si sabía bailar, así que tuve que acoplarme a su paso o más bien ella al mío, no sé. Los nervios no se me quitaron como hasta el término de la segunda canción.

Cuando pude sentir que me había relajado un poco y que a ella no le había importado que yo no supiera bailar, me di cuenta que a ahora la tenía frente a mí, y que si anteriormente la había contemplado de lejos, ahora era el momento perfecto para admirarla de cerca (ese Martes ya había valido toda la pena del mundo).

No recuerdo haber conversado mucho con ella al principio. Llego un momento en el que olvide que estábamos bailando (pero yo seguía junto a ella por pura inercia y atracción). Su olor, su aroma, no era muy común, (creo que había acertado al principio cuando dije que ella no era muy común) fue inevitable tomar una bocanada de ella en cada suspiro que me arranco mientas bailábamos. Sus ojos ajenos, también eran distintos, cambiaban de un café fuerte a un café claro e hipnotizante. Su cabello, hacia gran juego con sus ojos y su aroma. Cuando llegue a observar sus labios, realmente morí de ganas de probarlos (por más que hayamos bebido, nunca perdimos la prudencia y por desgracia esa noche no sucedió).

Claro estaba que no íbamos a pasar toda la noche bailando (por más que quisiera tenerla a mi lado, olerla, mirarla y sentirla toda la noche) y entonces llego el momento de charlar un poco. No sabía de qué hablar con ella. Lo único que quería era que no se alejara de mí  en ese momento. Sin más, le pregunte su nombre, ella dijo llamarse “Alhelí”, y eso fue un gran problema para mí, porque ahí comenzó a brotar mi estupidez (si ya de por si a veces soy muy estúpido, el alcohol me delato un poco más).

El problema no era (ni fue) su nombre, sino mi estupidez, de hecho, su nombre era (y es) hermoso, nunca lo había escuchado, ese fue el problema más bien, porque para ser sinceros, su nombre complementaba toda aquella misteriosidad que me había cautivado desde que llegue y la mire. Y como siempre, no pude contenerme e hice una pregunta estúpida: - “¡¿Que significa tu nombre, acaso es algo Árabe o algo por el estilo”?! - pregunte ingenuamente-. Ella me miro enfadada, (sinceramente al momento no sabía porque, mi pregunta fue muy sincera, en realidad nunca había escuchado ese nombre). Ella  al ver que mi cara de impresión no cambio tan pronto, y al notar que yo con mi pregunta no estaba bromeando,  no le quedo más opción que culturizarme un poco y enseñarme una nueva palabra: - “!Alhelí es el nombre de una flor!” – menciono ella-. (sinceramente, si nunca había escuchado la palabra, menos había visto una flor con ese nombre, pero si ella era hermosa, imagínense las flores, o más bien al revés).

Con toda la pena del mundo sobre mí, yo pensé que ese comentario y esa pregunta acerca de su nombre, habían culminado con todo lo que se vino dando a lo largo del día, no podría ser tan perfecto haber tenido un día nefasto y que de pronto una persona (inusual y  hermosa) que acabas de conocer cambie el panorama por completo. Pero no fue así (por segunda vez el destino silencio mi pensamiento, por no decir que mi hocico), ella decidió quedarse a escuchar mis estupideces una rato más.  No dije nada, pero por dentro estaba pasmado; después de eso no hable mucho por temor a equivocarme de nuevo y que sucediera una tragedia (osase, que ella se alejara de mi).

Algunos comenzaban a retirarse, y era de esperarse, pues apenas era martes, la semana iniciaba y los festejos son mortales a esa altura de la semana. Al poco tiempo, un nuevo género musical sonó (como última llamada para informar que el festejo estaba llegando a su fin), tenía un nombre tan ridículo (bachata), como el que acababa yo de hacer no sabiendo que significaba su nombre. No sé cómo fue que comenzamos nuevamente a bailar. Fue la escena más perfecta que recuerdo, yo no quería despedirme pero todo se iba esfumando, eso realmente no importo, al final, la estaba sintiendo nuevamente, la estaba abrazando nuevamente, la estaba oliendo nuevamente, la miraba nuevamente (y nuevamente tuve que resistirme a sus labios). Sinceramente no sé si ella siento la misma euforia que yo, pero eso ya no importo tanto.

Después de eso, no me percate si éramos los únicos bailando, pero llamábamos mucho la atención de los demás, y  eso provoco que los mala copas adornaran la noche con sus estupideces: “Pídele su número”, “pásale tu número” –gritaron todos los idiotas embriagados-, era lo único que gritaban. Yo no sabía dónde meter la cabeza, sentía una pena ajena bárbara. No quedo otra opción que hacer caso a sus aclamaciones para que por fin se callaran y ella pudiese partir tranquilamente (y con ganas de algún día volver aunque sea, a explicarme su nombre de nuevo).

El momento menos esperado de la noche se llegó. Ella tenía que retirarse y yo no podía hacer mucho por detenerla, apenas me conocía, y ya bastante había hecho por mí con aceptar bailar conmigo, decirme su nombre, dejarme sentirla y observarla (¿con que cara podría haberle dicho que se quedara más tiempo?). Sin más ni más, tuvimos que despedirnos, la abrase una vez más, aprovechando el momento para sentir su cabello e impregnarme de su aroma otra vez. Nos separamos, tomo sus cosas, y salió del lugar (pero su aroma se quedó conmigo). Ese martes fue el mejor martes que había tenido en mucho tiempo…

Luis Felipe Luna

jueves, 24 de septiembre de 2015

Carta para una flor



Hola, si estás leyendo esto, quiere decir que el sistema de correo que ya nadie utiliza, aun funciona, pero eso no es  importante. Son justo las 2:22 de la mañana del viernes 11 de septiembre de 2015, me siento muy triste y he llorado bastante; si recuerdas,  acabamos de discutir (por una tontería). Estoy solo en mi departamento, aquel que en ocasiones convertíamos en cine, tirados sobre alguna cama,  donde simplemente nos recostábamos y nos mirábamos, no decíamos mucho, porque en realidad no era necesario, bastaba con que nuestros labios chocaran para saber y descifrar que era mejor besarnos y abrazarnos, que charlar sobre cualquier otra cosa (¿recuerdas?).
No sé en qué situación nos encontremos actualmente, porque sinceramente no sé cuánto tiempo tarde esta carta en llegarte, podría ser al día siguiente y tal vez sigamos enojados con nosotros mismos; podrían ya haber pasado algunos días, y probablemente no nos hayamos visto aun. Pudieron haber pasado semanas, y tal vez ya nos encontramos de nuevo, pudimos habernos besado y abrazado nuevamente; tal vez ya fuimos de compras ( aunque nunca comprábamos mucho, excepto la vez que compraste atún, la intención siempre era pasar un rato juntos). Pudimos habernos acariciado nuevamente (por cierto, mis cobijas pasaron de estar limpias a iniciar un nuevo lapso de suciedad). A lo mejor ya somos novios, nos queremos mucho, y pronto viajaremos juntos a algún lugar, o contrariamente, pudiste terminar odiándome queriendo no saber nada de mí nunca más. Puede que seamos los mejores amigos (aunque en el interior deseándonos el uno a otro); a lo mejor han pasado muchos días, incluso meses, y podríamos no haber cruzado palabra alguna, podemos no saber que ha sido uno del otro. Posiblemente alguno de los dos (o los dos al mismo tiempo) tenemos alguna pareja con la cual estemos intentando algo nuevo, y nos mantenemos al tanto de cómo vamos cada quien respectivamente, incluso podríamos estarnos aconsejando cuando algo vaya mal con la otra persona.  Tal vez alguno de los dos ya cambio de residencia (por trabajo, por estudio, por aventura o por capricho). A lo mejor ha pasado tanto tiempo que te has convertido la mejor abogada de entre muchos otros y ahora sigues estudiando y teniendo éxito (siempre supe que pasaría así). Tal vez seguimos estando solos, queriéndonos a veces, pensándonos todas las noches, a distancia, pensando que pudo haber pasado si nos hubiésemos permitido construirnos el uno al otro. Puede que ya hayan pasado muchos años, y aunque tienes en tus manos esta carta no has querido abrirla ni leerla, o tal vez el día que la recibiste, la rompiste y nunca la leíste.
Recuerdas las Alhelís que te plante, quiero que sepas, que la que tengo yo, cada día está más grande, yo pienso que en dos semanas más florece. Aun no abro el Cd de Porter que me regalaste, tengo miedo de maltratarlo o de que algo le pase, en verdad lo aprecio mucho. Aún conservo las entradas del cine (deberíamos ir el próximo domingo, después de eso podemos pasar a comer unos tacos ahogados). Hoy no tengo ganas de ir a trabajar, ni mañana ni pasado, pero necesito dinero, es por eso que sigo trabajando en el  mismo bar de hace seis años. Muchas veces pensé en renunciar para poder pasar los fines de semana contigo, pero si hacia eso, no podríamos haber ido al cine, o a cenar tacos de al pastor, o beber una michelada o salir de compras, valía la pena soportar unas cuantas desveladas para pasar un rato ameno contigo  durante la semana.
Quisiera contarte acerca de cómo  y dónde estoy, que es lo que he hecho y a que me dedico actualmente, pero sinceramente no sé qué sea de mí en el momento que te encuentres leyendo esto. A lo mejor estamos leyendo esto juntos, llorando como lo hago yo en este momento. Puede que seamos viejos, y ya hayas leído esta carta miles de veces, y que posiblemente nos encontremos juntos, cuidando hijos o nietos, y narrándoles algunas de nuestras historias y leyéndoles está carta en el pórtico de la posible casa que construimos cerca de la playa. Probablemente todo lo que pensé que podría haber pasado, paso, o a lo mejor nunca nada paso, es difícil saberlo con certeza.
¿Sabes? Creo que independientemente del tiempo que ya haya pasado e independientemente de la situación en la que nos encontremos, sigo queriéndote mucho (bastante, rebasando el umbral del “te amo”).  Creo que este sentimiento no cambiara en mucho tiempo.
 Tenías razón, cuando me dijiste que es mejor escribir a mano y en una hoja tangible (espero que la tinta no se haya corrido con alguna de mis lágrimas que mojo el papel, de ser así, una disculpa de antemano) ahora mismo puedo sentir como se impregna un poco de lo mucho que te quiero, pero con tinta, es como un tatuaje mental, no puedes verlo, pero se siente intensamente.
No sé qué más decirte, si estamos juntos permíteme decirte que eres hermosa, que tus besos son una de la razones que me hace sentir que sigo viviendo cada día que pasa (aunque no estemos juntos, recordarlo me hace sentir lo mismo). Si por alguna razón no nos volvimos a ver, quiero que sepas que no te olvido, que te llevo siempre conmigo, que cada que me acuerdo te recuerdo. Si hace mucho tiempo que no nos vemos, seguramente estoy sintiendo unas ganas inmensas de abrazarte. Si nos mantenemos en comunicación pero vivimos lejos el uno del otro, ven, te invito o invítame, recuerda que siempre quisimos viajar. Si alguna vez público o publicare un libro, deberías saber que por lo menos la mitad está o estará  relacionado contigo, conmigo y con lo que alguna vez hicimos.
Espero que esta sea más de la primera vez que leas (o leamos) esta carta. Espero que nos encontremos en otro país, reafirmando que habernos conocido fue lo mejor que nos pudo haber pasado. Espero que lo difícil que ha sido mantenernos juntos haya valido la pena (yo confió en que fue así).
Bueno ya pasa de las 4:00 de la mañana, quisiera poder seguir escribiendo todo lo que estoy pensando, pero mis ojos se cierran, y así no puedo. Me despido de ti Alhelí (o de la o las personas que estén leyendo esto), haciéndote saber que cualquiera que sea nuestra situación, cualquiera que sea la fecha (año, día, mes,) y en cualquier lugar que nos encontremos, te quiero, te extraño, mucho, tanto como un 28 de Octubre de 2014.

Luis Felipe Luna